“Good bye, Lenin!” (Wolfgang
Becker, 2003), es una película que tenía pendiente de hace ya unos
meses y que, cuando por fin he podido hacerle un hueco, no sólo ha
cumplido las expectativas que tenía de ella, sino que las ha
superado.
En 1989, cuando Alemania aún se
encontraba dividida política e ideológicamente en la parte
capitalista y comunista, Christine (Katrin Saß), militante del Partido Socialista y aferrada devotamente a su
ideología, caerá en coma durante 8 meses a causa de un infarto,
tiempo en el que la situación política cambiará radicalmente con
el triunfo del capitalismo y la consecuente caída del muro de Berlín.
Será entonces cuando su hijo, Alexander Kener (Daniel Brühl),
evitará a toda costa revelar a su madre los cambios acontecidos
durante ese plazo de tiempo, ante las advertencias médicas de una
posible recaída que podría ser fatídica para Christine.
Tras este original punto de partida, el
guión se moverá entre las distintas formas que tiene el
protagonista de engañar a su madre, con la colaboración de
familiares, amigos y vecinos, para crear una Alemania ficticia donde
el capitalismo jamás habría sobrepasado las fronteras del muro.
Ello da opción a disfrutar de la imaginación y empeño de Alexander
para dotar de realismo a su fachada en distintas escenas de carácter
cómico con las que empatizaremos rápidamente con todos los
personajes.

No obstante, la cinta no se conforma
con ofrecernos tan sólo momentos simpáticos, va mucho más allá.
Sin ponerse totalmente de lado de ninguna de las ideologías, el
director nos sumerge en una fuerte crítica de ambos sistemas, tanto
el capitalismo como el comunismo se verán zarandeados de forma
acertada, sin caer en la demagogia y sin perder el sutil toque de
humor que estará presente en casi todo momento. De esta manera la
película va tomando forma y se convierte en algo más que un
agradable pasatiempo, consiguiendo hacer una crítica del muchas
veces exhorbitado y problemático fanatismo por un sistema político
y, por qué no, de la tristemente fácil manipulación de la sociedad
a través de los medios.
Además, no sólo será este aspecto de
la sociedad el que sea abarcado, pues el sacrificio que es capaz de
hacer el protagonista para conseguir su propósito nos muestra una
poderosa relación madre-hijo, que llegará a conmover
irremediablemente en su tramo final. De nuevo, sabe la película
mantenerse en equilibrio combinando con acierto humor y drama,
política y familia, realidad y ficción.
Los aspectos técnicos como la
fotografía o la banda sonora, así como las actuaciones, entre los
que también destacan Chulpan Khamatova y Burghart Klaußner,
consiguen alcanzar el nivel necesario para construir una cinta
notable que, siendo efectiva en su historia y cumplidora en el
aspecto sentimental, nos ofrecerá una interesante visión de la
Alemania anterior y posterior a la Reunificación.
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