Siglo XVII, Nueva Inglaterra, una
familia formada por un matrimonio y cinco hijos es expulsada de la
comunidad puritana a la que pertenece debiendo trasladarse a una
granja situada a las afueras de la ciudad, totalmente aislada de la
sociedad y colindante a un bosque que alberga una peligrosa amenaza.
Esta es la premisa de la ópera prima
de Robert Eggers, director estadounidense hasta ahora desconocido que
consigue dotar a una historia “de toda la vida” de una enorme
personalidad y una atmósfera única. Una grata e inesperada sorpresa
que se erige como una de las mejores películas de terror de los
últimos años.
No obstante, no es oro todo lo que
reluce, considero que estas películas que tanto prometen en un
principio, finalmente acaban decayendo o dejándose llevar por el
camino fácil. Al fin y al cabo esto es un negocio y hay que llegar
al gran público, debiendo pasar por el aro y repetir los errores
(artísticos, que no comerciales) del pasado, lo cual se traduce en
una inevitable sensación de lo que pudo haber sido y no fue.
Sensación que, y me alegra mucho poder escribirlo, no existe tras el
visionado de “La bruja”.
Desde un principio tenemos la sensación
de estar viendo una producción hecha con mimo y muy buen gusto. Tras
una presentación de los personajes casi anecdótica, seremos
partícipes de la desaparición sobrenatural de uno de los miembros
de la familia, escena rodada con extrema simplicidad pero gran
elegancia (No hay golpe de sonido, es el silencio el que rompe la
armonía. No hay oscuridad, todo se desarrolla bajo la luz del sol.
La cámara desliza lentamente su mirada hacia el bosque.) Robert
Eggers tiene clarísimo lo que quiere hacer y así lo demuestra
durante todo el metraje.

Pero tampoco nos engañemos. Aunque es
cierto que la construcción de los personajes es muy correcta, que el
desarrollo de la historia es enigmático y mantiene el pulso en todo
momento y que la película no se limita a dar miedo, sino que decide
ahondar en temas como la influencia de la religión y los conflictos
familiares; lo que de verdad se nos quedará grabado en la retina y
nos perturbará durante mucho tiempo será ese puñado de momentos en
los que la bruja haga acto de presencia. Y es aquí donde entra en
juego la maravillosa fotografía de esta película. Con planos casi
estáticos, de colores vivos, donde todos los elementos que aparecen
en pantalla están perfectamente pensados y distribuidos con
precisión, las escenas cobran un aura escalofriante y perturbadora
difícil de explicar (mención especial al momento del cuervo y la
madre). Sorprende que un director logre esta perfección visual en su
primer largometraje.
Tampoco se puede dejar de lado el
notable trabajo de todos los intérpretes. Tanto Katie Dickie como
Ralph Ineson cumplen su cometido, transmiten a la perfección la
desesperación del matrimonio por todo lo que está ocurriendo y como
la situación les va sobrepasando poco a poco. Un jovencísimo Harvey
Scrimshaw que no se ve superado por un papel que contiene algún
momento de gran exigencia interpretativa y que podría haber dado
lugar a un ridículo absoluto en muchos actores de su edad. Y, por
supuesto, Anya Taylor Joy, que solventa con carisma y presencia en
pantalla gran parte del protagonismo de la cinta y a la cual le
augura un futuro prometedor (No en vano, ya tiene varios proyectos
pendientes. Entre ellos la nueva película de M. Night Shyamalan).
Concluyendo, “La bruja” no es una
película que vaya a satisfacer a todo el mundo. Es una propuesta
diferente, de ritmo pausado, dotando de especial importancia a los
detalles y revestida de una potencia visual impactante. No
encontrarás en ella el susto fácil ni el sobresalto, pero te
adentrarás en una atmósfera visceral e inquietante que incluso te
dejará mal cuerpo. Si es lo que buscas, adelante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario