miércoles, 24 de agosto de 2016

"La bruja", Belleza perturbadora


Siglo XVII, Nueva Inglaterra, una familia formada por un matrimonio y cinco hijos es expulsada de la comunidad puritana a la que pertenece debiendo trasladarse a una granja situada a las afueras de la ciudad, totalmente aislada de la sociedad y colindante a un bosque que alberga una peligrosa amenaza.

Esta es la premisa de la ópera prima de Robert Eggers, director estadounidense hasta ahora desconocido que consigue dotar a una historia “de toda la vida” de una enorme personalidad y una atmósfera única. Una grata e inesperada sorpresa que se erige como una de las mejores películas de terror de los últimos años.

Afortunadamente para los seguidores de este género, cada vez existen más directores que se toman en serio su trabajo y deciden alejarse de los trilladísimos tópicos del cine de terror, optando por propuestas que, si bien a veces se quedan a medio camino y no logran explotar su potencial, nos ofrecen una calidad y originalidad que se antojaban casi imposibles hace no demasiado. Hablo de películas como “Babadook”, “It follows” y, sobretodo, “Expediente Warren” que han conseguido invertir la tendencia y dar confianza suficiente a las productoras para arriesgar un mínimo y no limitarse a lo que ya se sabía que iba a funcionar.

No obstante, no es oro todo lo que reluce, considero que estas películas que tanto prometen en un principio, finalmente acaban decayendo o dejándose llevar por el camino fácil. Al fin y al cabo esto es un negocio y hay que llegar al gran público, debiendo pasar por el aro y repetir los errores (artísticos, que no comerciales) del pasado, lo cual se traduce en una inevitable sensación de lo que pudo haber sido y no fue. Sensación que, y me alegra mucho poder escribirlo, no existe tras el visionado de “La bruja”.

Desde un principio tenemos la sensación de estar viendo una producción hecha con mimo y muy buen gusto. Tras una presentación de los personajes casi anecdótica, seremos partícipes de la desaparición sobrenatural de uno de los miembros de la familia, escena rodada con extrema simplicidad pero gran elegancia (No hay golpe de sonido, es el silencio el que rompe la armonía. No hay oscuridad, todo se desarrolla bajo la luz del sol. La cámara desliza lentamente su mirada hacia el bosque.) Robert Eggers tiene clarísimo lo que quiere hacer y así lo demuestra durante todo el metraje.

Tras este primera toma de contacto con lo sobrenatural se desencadenarán una serie de eventos que no quiero desvelar pero que siempre serán presentados en el momento justo. La película nunca pierde la calma, el peso recae sobre la familia y es en ella en quien se centra. Conocemos sus obsesiones, defectos y conflictos, con unas pocas pinceladas dejan de ser las típicas marionetas intercambiables propias de la mayoría de producciones del cine de terror y pasan a ser personajes complejos. Esto juega doblemente a su favor, por una parte viviremos con mucho más interés las situaciones en que tengan que desenvolverse nuestros protagonistas, pues nos importan, y, por otra parte, al no ser excesivamente frecuentes las escenas de terror propiamente dichas, atenderemos a ellas con especial atención, como algo único e irrepetible que hay que disfrutar (y sufrir). Nunca le perderemos el respeto a la bruja.

Pero tampoco nos engañemos. Aunque es cierto que la construcción de los personajes es muy correcta, que el desarrollo de la historia es enigmático y mantiene el pulso en todo momento y que la película no se limita a dar miedo, sino que decide ahondar en temas como la influencia de la religión y los conflictos familiares; lo que de verdad se nos quedará grabado en la retina y nos perturbará durante mucho tiempo será ese puñado de momentos en los que la bruja haga acto de presencia. Y es aquí donde entra en juego la maravillosa fotografía de esta película. Con planos casi estáticos, de colores vivos, donde todos los elementos que aparecen en pantalla están perfectamente pensados y distribuidos con precisión, las escenas cobran un aura escalofriante y perturbadora difícil de explicar (mención especial al momento del cuervo y la madre). Sorprende que un director logre esta perfección visual en su primer largometraje.

Tampoco se puede dejar de lado el notable trabajo de todos los intérpretes. Tanto Katie Dickie como Ralph Ineson cumplen su cometido, transmiten a la perfección la desesperación del matrimonio por todo lo que está ocurriendo y como la situación les va sobrepasando poco a poco. Un jovencísimo Harvey Scrimshaw que no se ve superado por un papel que contiene algún momento de gran exigencia interpretativa y que podría haber dado lugar a un ridículo absoluto en muchos actores de su edad. Y, por supuesto, Anya Taylor Joy, que solventa con carisma y presencia en pantalla gran parte del protagonismo de la cinta y a la cual le augura un futuro prometedor (No en vano, ya tiene varios proyectos pendientes. Entre ellos la nueva película de M. Night Shyamalan).




Concluyendo, “La bruja” no es una película que vaya a satisfacer a todo el mundo. Es una propuesta diferente, de ritmo pausado, dotando de especial importancia a los detalles y revestida de una potencia visual impactante. No encontrarás en ella el susto fácil ni el sobresalto, pero te adentrarás en una atmósfera visceral e inquietante que incluso te dejará mal cuerpo. Si es lo que buscas, adelante.  

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