Hollywood lleva años saturando el
mercado con infinidad de remakes, reinicios y continuaciones de
películas y sagas míticas. Desgraciadamente, a pesar de honrosas
excepciones, el nivel suele dejar mucho que desear y lo habitual es
encontrarse con mediocridades que explotan sin ningún pudor el
efecto nostalgia. Es por esto que me sentía algo desconfiado con la
vuelta “oficial” de la saga Bourne a las salas de cine, no
obstante, parecía que estaban tomando las decisiones adecuadas: un
reparto de lujo formado por Alicia Vikander, Vincent Cassel y Tommy
Lee Jones que acompañarían a Matt Damon en su regreso como
protagonista a la saga que alcanzó su máximo esplendor con Paul
Greengrass, que también repetiría en la dirección. Sonaba genial.
La primera toma de contacto es
satisfactoria, nos encontramos de nuevo en la piel del fugitivo Jason
Bourne que de nuevo se refugia del gobierno americano en alguna
ciudad europea, de nuevo. Y de nuevo por algún motivo la CIA quiere
eliminarle y le perseguirá sin descanso en una ruta turística por
todas las capitales del planeta... Un momento... ¿Pero esto no lo
habíamos visto antes? En efecto, la sensación de deja vu es
continua desde el minuto cero y aunque parece que lo que vemos en
pantalla no desagrada en absoluto, tampoco entusiasma. Pero los
minutos pasan y esa sensación se mantiene, las escenas son casi
calcadas a las de entregas anteriores e incluso se repiten momentos
clave, empieza a ser molesto.
En ese momento me acordé de otra
mítica saga que hace no mucho regresó a la gran pantalla con
espectaculares cifras de taquilla y una acogida por el público muy
aceptable, Star Wars. Salvando las evidentes diferencias, ambas
películas tienen mucho en común: toman rostros y personajes ya
conocidos por sus seguidores y los hacen desfilar sobre un guión que
repite sin demasiado disimulo las situaciones que funcionaron en el
pasado. Sin embargo, mientras una consigue imprimir algo de frescura
con la introducción de nuevos personajes y tramas de cierto interés,
la otra, “Jason Bourne”, no logra aportar nada que realmente
sorprenda. Y no es porque falte materia prima: Alicia Vikander, por
ejemplo, debería haber podido interpretar un personaje memorable a
la altura de los demás personajes femeninos de la saga, pero está
irreconocible en su actuación y es perfectamente sustituible. Al
igual que Vincent Cassel y Tommy Lee Jones, que si normalmente
desprenden carisma aquí son versiones grises y reemplazables de si
mismos. Para colmo, el guión resulta aparatoso en ocasiones y crea
situaciones de dudosa credibilidad; errores perdonables pero que
hacen deslucir el resultado final.
Al menos, y a pesar de que tampoco
arriesgue en esta faceta, la puesta en escena que nos ofrece Paul
Greengrass es de un alto nivel. En una época donde los planos
secuencia y las coreografías elaboradísimas inundan el cine de
acción, Greengrass opta por repetir una vez más con sus frenéticos
movimientos de cámara, zooms y planos cercanos y de corta duración
que tanto le caracterizan y que tan bien acompañan a sus escenas. De
hecho, es aquí donde encontraremos la principal virtud de la cinta.
Las peleas y las persecuciones siguen siendo muy efectivas y, aunque
prime la espectacularidad por encima del realismo que caracterizaba a
la saga, será en estos momentos cuando miremos a la influencia del
pasado como algo positivo.
En definitiva, “Jason Bourne” no es
ni mucho menos una mala película, pero peca una y otra vez de
intentar emular a sus predecesoras y, a pesar de las nuevas
incorporaciones y el intento por actualizarse de una manera algo vaga
y superficial introduciendo elementos contemporáneos como las redes
sociales, el hacking e incluso el yihadismo, no existe suficiente
aliciente para justificar un renacimiento de la saga. Si pretenden
continuar con nuevas entregas será necesario un lavado de cara.
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